lunes, 13 de septiembre de 2010

Nacer y morir entre las piedras

Minería y condiciones laborales

Nacer y morir entre las piedras
(Por Claudio Puntel)


El caso de los 33 mineros enterrados en las tripas del cerro allá en Copiapó alimenta el recuerdo de aquellos 14 que quedaron en el socavón en Río Turbio en 2004. A la vez, reaviva el debate sobre las condiciones laborales y de seguridad de los trabajadores en este sistema de superexplotación de los hombres.


“He nacido entre las piedras, doctor”

“Me duele el pan que me gano. ¡Minero, soy!”, lamentaba Yupanqui. Describía ese trabajo de “Mano fuerte y vida triste”, mientras se esperanzaba: “Ya vendrán tiempos mejores. ¡Minero soy!”.

El cancionero popular guarda numerosos registros de la vida y el trabajo en las minas. Desde aquella denuncia puesta en boca de un negro esclavo: “En la mina brilla el oro/ al fondo del socavón / el blanco se lleva todo / y al negro deja el dolor”. Trabajo sufrido como pocos, el minero no ve el sol, está en la boca de la mina cuando aun no amaneció y sale a la superficie con las primeras oscuridades de la tarde. Trabajo de escupir carbón y respirar veneno; de llevar plomo circulando por las venas. Oficio de cuerpo entumecido y dolor en los esqueletos.

Contaba Emilio Zola que en una visita a una mina, cuando escribía Germinal, vio como extraían del fondo el cuerpo de un caballo. Al preguntar cómo hacían para entrar y sacar las bestias cada día, le explicaron que esos caballos entraban siendo potrillos y salían muertos. Que de vivir y cinchar vagones en la penumbra de los túneles se les atrofiaban los ojos. Aquella vez, Zola comprendió que ese caballo era una metáfora de la vida de estos obreros. Se es minero; pero a la vez, nieto, hijo, hermano, suegro, padre y abuelo de mineros. Bien decía el minero Silverio Méndez: “He nacido entre las piedras, doctor”.

No en vano, Jaime Dávalos y el Cuchi Leguizamón describieron que “La zamba de los mineros / Tiene sólo dos caminos / Morir el sueño del oro, / Vivir el sueño del vino”.

“El dueño se llevó casi doscientos millones de dólares en ocho años. ¡Doscientos millones de dólares, señor! Pero, además, el Estado le daba otros doscientos millones de dólares en subsidios. ¿Sabe quién gobernaba la provincia cuando se privatizó la mina?”, preguntaba en un artículo de Andrea D’Atri el padre de uno de aquellos 14 mineros de Río Turbio. La superexplotación del trabajador no es nueva, ya lo denunciaba aquella canción republicana de la guerra civil española: “Los señores de la mina/ han comprado una romana/ para pesar el dinero/ que toditas las semanas/ le roban al pobre obrero”. Lo nuevo es su desembozado recrudecimiento con las complicidades del estado y de algunos jerarcas sindicales.

El río Turbio

En mayo de 1941, el directorio de Y.P.F. resolvió la creación de la División Carbón Mineral, que se encargaría del estudio de los carbones nacionales y su explotación. El nuevo organismo creó luego una Comisión que se constituyó en Río Turbio.

En octubre de 1943, el Decreto Nº 12.648 dio origen a la Dirección Nacional de Energía que, en 1.945 creó la Dirección General De Combustibles Sólidos Minerales. La nueva dirección recibió los elementos y materiales con que contaba la ex División Carbón Mineral de Y.P.F. y todas sus dependencias de campaña.

La "Mina 3" de Río Turbio fue abierta en 1.950 para explotar un nuevo manto carbonífero. Inmediatamente se construyó la planta depuradora experimental y el ramal ferroviario e industrial Eva Perón entre Río Turbio y Río Gallegos, que transporta el mineral hacia el puerto de embarque.

La empresa Yacimientos Carboníferos Fiscales fue creada en 1.958 mediante un decreto del PEN. La alta demanda de minerales para el proceso de industrialización que se llevó adelante en el modelo sustitutivo, abonó el crecimiento de la empresa y la concentración de obreros en Río Turbio.

Allí, la mina está arriba del suelo y sobre el nivel del mar. Es un largo cerro cubierto de pasto, perforado por 150 kilómetros de galerías que comenzaron a excavarse en 1943. Se calcula que contiene unos 580 millones de toneladas de carbón.

A principios de 1989 llegó Carlos Menem a la cuenca minera para lanzar su campaña electoral. Allí anunció que “desde los socavones nacerá la revolución productiva”. Lejos de aquella promesa, al poco tiempo, su ministro de Obras Públicas, Roberto Dromi, se sinceró: “Nada que deba ser estatal, permanecerá en manos del Estado”.

No pasó mucho tiempo antes de la sanción de la Ley 24.196 de Inversión Minera (mayo de 1993) y la Ley 24.224 de Reordenamiento Minero de la Nación. Con ellas, el capital transnacional recibió jugosas ventajas, como la exoneración del Impuesto a las Ganancias, a los activos y de sellos, liberación de derechos de importación por la introducción de bienes de capital y equipos, etc.

Taselli; de oficio, vaciador

El 1º de julio de 1994, el menemismo ponía en las manos de Sergio Taselli la empresa Yacimientos Carboníferos de Río Turbio (YCRT). Se brindó al chatarrero un contrato de concesión por diez años con posibilidad otros diez más. Por si necesitara algún otro atractivo, le dieron en bandeja un subsidio anual de 22,5 millones de dólares y un convenio que aseguraba durante 8 años la venta de toda la producción anual a la usina termoeléctrica de San Nicolás; un bocatto di cardinale.

Taselli hizo lo que mismo de siempre: no cumplió con casi ninguno de los acuerdos y en cambio cobró todos los subsidios (1.875.000 dólares mensuales) y hasta demandó al estado por los retrasos que se produjeron en abonarlos.

Al segundo año de la concesión ya no había cumplido con el mínimo de producción de 370.000 toneladas de carbón lavado que el contrato exigía por año. Produjo un 25 por ciento menos (274.983 toneladas). Dejó caer por falta de mantenimiento a tres de las cuatro calderas con que contaba la Usina Termoeléctrica ; acumuló una deuda de 136.902,61 pesos (a noviembre de 2001) por aportes y contribuciones de Seguridad Social y Obras Sociales que jamás abonó; se retrasó 19 meses en contratar el seguro de accidentes de trabajo; desafectó máquinas y equipos, desmantelando los sectores de Herrería, Electromecánica y Automotores de los talleres centrales; dejó de realizar el inventario de los bienes transferidos e incorporados a la explotación que cada año debía entregar a la Autoridad de Aplicación para su fiscalización.

En cuanto a las condiciones laborales de los mineros, una inspección de la Dirección del Trabajo constató en abril de 2001 que imponían a los obreros, especialmente a los que trabajaban dentro de la mina, jornadas de 16 horas aproximadamente; les retacearon los descansos semanales; llegando a pasar hasta 25 días sin descanso; no les fueron respetadas las pausas reglamentarias de12 horas entre el cese de una jornada y el comienzo de la otra; se dejaron de hacer los exámenes anuales de salud a los trabajadores.

Taselli hizo crecer la desocupación en la zona. Redujo el personal de la mina de 1.335 personas a unas 700. Eliminó a quienes cumplían la función de “botoneros”, que controlaban el funcionamiento de la cinta transportadora del mineral, y los reemplazó por paneles eléctricos. “La mina fue devastada por Taselli”, graficó Alberto Barriga, por entonces secretario gremial de ATE-Santa Cruz. A mediados de 2002, en medio de (y gracias a) los fuegos y luchas del Argentinazo, se le rescindió el contrato.

La situación no cambió mucho con la intervención de la Secretaría de Minería de la Nación. En 2004, la Superintendencia de Riesgos de Trabajo detectó en la empresa un índice de accidentalidad que duplica el promedio estimado para la actividad minera. Por ese entonces, el cumplimiento de las normativas de seguridad e higiene era responsabilidad del estado. Para la actividad de “minería y canteras” el índice de accidentalidad promedio es de 59,2; en Río Turbio era de 123,8.

Silverio

A Río Turbio llegó un día de 1977 Silverio Méndez, un jujeño de origen muy humilde que perdura en la memoria de sus compañeros como “un hombre que luchó siempre por mejorar las condiciones laborales de los operarios”. Primero fue peón minero y con el tiempo fue circulando por distintos sectores, fue practicante electricista en la usina, operador de caldera, durante un tiempo ejerció en los Talleres Centrales y en 1995, con la concesión, pasó a ser electricista del sector Mecánica, en los frentes 34 y 35.

Contaba Dino Zaffrani, abogado de ATE Río Turbio, que Silverio “las peleó todas, encabezando asambleas, juntando firmas, marchando a Río Gallegos para reclamar ante casa de Gobierno por cada reivindicación y cada promesa incumplida; oponiéndose a la entrega menemista del Yacimiento al concesionario Sergio Taselli en 1994, en la toma de la mina aquel año y en las posteriores para que se fuera, exigiendo el cumplimiento del pliego de bases y condiciones que jamás cumplió”.

Militaba en las filas de la Corriente Clasista y Combativa y fue impulsor del Primer Congreso del Carbón. Preocupado por la superexplotación de los obreros y las alarmantes condiciones de riesgo en que debían trabajar, en una asamblea llamó “negrero” al ex interventor en la mina Eduardo Arnold, reclamando mejores condiciones de seguridad y más inversiones en la producción. El entonces funcionario santacruceño le inició una querella por “calumnias e injurias”, reclamando una indemnización de 50.000 pesos “por daño moral”.

En una entrevista del año 2002, Silverio denunciaba el vaciamiento de la mina en beneficio de monopolios imperialistas. “Los recursos naturales como el gas y el petróleo se nos están terminando. ¿Por qué no se va a aprovechar el carbón como lo hacen otros países más desarrollados? Ya hay un informe del Banco Mundial que plantea que se tiene que cerrar la mina de carbón en la Argentina, así sucedió en Chile y en otros países. La pelea nuestra es que no se cierre, tenemos mercado”.

El asesinato

El 14 de junio del 2004, Silverio Méndez se encontraba en el túnel Unión 9 de la mina 5. La noche de ese lunes se generó un derrumbe en una de sus galerías, debido a un incendio originado en una de las cintas transportadoras del mineral. Cuando comenzó el fuego, era momento de recambio de operarios. El humo inundó la Unión 9 y parte de las galerías 1P5 y 2P5.

Un camión con 50 mineros intentaba escapar del desastre. Por la baja visibilidad chocó contra una columna. Unos cuantos pudieron escapar a tientas, sin aire y sin visión; 14 quedaron allá atrapados. “Caminábamos a ciegas escapando con mis compañeros por la galería, tomados de las manos y la ropa, cuando tropecé con uno que estaba caído y nunca más se levantó. Me caí y conmigo cayeron otros que tampoco se levantaron. Contarlo es una cosa... vivirlo fue terrible. Todavía sueño que hablo con ellos", contaba Rosario Gaitán.

De a poco, se los veía emerger desde la boca de la mina, envueltos en un mar de humo y con la boca echando espuma. Los que se salvaron debieron ser internados y recibir controles periódicos debido a la alta concentración de gases tóxicos en las vías respiratorias.

El operativo de rescate y búsqueda de los cuerpos debió suspenderse varias veces, ya que la tarea de los brigadistas era impedida por la presencia de monóxido de carbono y metano en las galerías.

José Sixto Alvarado Díaz, José Víctor Hernández Zambrano, Nicolás Esteban Arancibia, Miguel Antonio Cardozo, Julio Néstor Alvarez, Ricardo Cabrera, Oscar Marchand, Jorge Eduardo Vallejo, Héctor César Rebollo, José Luis Armella, Silverio Méndez, Odilon Vedia, Víctor Hernández y José Edecio Chávez Paillán, son “14 luces prendidas” que alumbran desde el socavón.

Una tragedia que pudo ser evitada es un asesinato. Sobre todo, si fueron despreciadas las advertencias de los trabajadores. El incendio no habría continuado si se escuchaba a los obreros cuando trataron de impedir el reemplazo de los “botoneros”, encargados de vigilar desperfectos en las cintas transportadoras. ATE Río Turbio denunció en la justicia la ausencia de sistemas de alarma y sensores de la cinta transportadora de carbón, donde se originó el fuego, “que en ningún momento del siniestro funcionaron”.

Un emblema

El caso de YCFRT es emblemático porque denuncia las condiciones de vida y de trabajo de los productores directos; porque desnuda muchos acuerdos estructurales en la Argentina actual, por debajo de todos los dobles discursos; porque evidencia que las muertes por “accidentes de trabajo” no son un hecho aislado sino los efectos de las políticas que ponen al estado y las leyes laborales al servicio de los monopolios y de los empresarios amigos del poder. “A ver si se saca el sombrero, señor, que va a pasar un minero”, grita Eduardo Guajardo, cantor de Río Turbio y de familia minera. Sacarse el sombrero frente a estos hombres “que partieron el silencio en el sur” exige también levantar la voz junto con ellos; para que en su zamba, el minero no esté obligado a optar entre dos caminos que desde el sueño sólo alimentan el oro de otros.

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