Maltratando a Tolstoi
“La última estación” (película)
Por Santiago García
El pasado, la herencia, el amor y las miserias, se entrelazan, confluyen y tensan una historia que en esta nota intentamos desentrañar.
Director y guionista: Michael Hoffman.
Reparto: Christopher Plummer, Helen Mirren, James Mc Avoy, Anne-Marie Duff, Patrick Kennedy.
Duración: 112 minutos.
País: Alemania, Inglaterra, Rusia.
León (Lev Nikolaievich) Tolstoi ha sido un escritor tan original, que hasta sus últimos días son dignos de una historia salida de su inigualable pluma. La biografía dice que escapando de su mujer, la condesa Sofía, falleció en la estación ferroviaria de Astápovo hasta donde se acercó una multitud para llorarlo. Las diferencias con la que fue su amor durante 50 años, se dieron porque el brillante autor de “Anna Kannerina”, “Guerra y Paz”, “Los Cosacos” y “La muerte de Ivan Ilich”, entre otros clásicos, decidió dejar sus bienes y los derechos de sus obras a los pobres (“al pueblo ruso”, según su voluntad), cosa que disgustó y mucho a un sector de su familia que no quería abandonar la comodidad de la vida en la nobleza.
De estos últimos, tumultuosos días en la vida del genio, trata la película que nos ocupa en esta crítica. Ante todo, se nos plantea una pelea entre un estrecho colaborador de Tolstoi (Cherkov) y la condesa Sofía por las características del testamento. El primero impulsaba una religión Tolstoiana, que sin temor a equivocarse se puede plantear como un antecedente del socialismo, digno de los utópicos del siglo XIX. De hecho, las proclamas del notable escritor por la no violencia activa, han inspirado a pacifistas y humanistas de la talla de Martin Luther King o el propio Mahatma Gandhi. Por su parte, Sofía estaba preocupada por no perder el status que “tanto le había costado alcanzar”. En torno a esta pelea, el director toma partido por la Condesa Sofía, pero con una notable sutileza. Cuando la discusión por el testamento empieza a subir de tono, Cherkov aparece como ligeramanete ambicioso, sugiriendo al espectador que hay otros intereses que no son tan nobles como entregar los derechos de autor al pueblo. En ese sentido, lo más grave es que el propio Tolstoi es presentado por momentos como un incoherente, que no es fiel a sus propias proclamas. Del otro lado, Sofía es un personaje que sufre, y se la ve aislada, traicionada por algunos de sus hijos, invitando al espectador a tomar partido por ella. La única ambición que resalta en ella el director, es el idílico amor que siente por Tolstoi, por el cual es capaz de hacer locuras dignas de los más recordados dramas.
En términos técnicos, el drama está bien representado, aunque por momentos la trama abandona el rumbo previsto y se sumerge en un terreno entre cómico y ridículo. Sin embargo, volviendo a los artilugios que emplea la película, no se trata de detalles menores. Es importante tener en cuenta que la película está ambientada en el año 1828, una época en la cual se intentaba sepultar la monarquía definitivamente, con los recuerdos aún frescos de la revolución francesa. Otro tema que se pone en cuestión es el de la herencia: un asunto que a comienzos del siglo XXI sigue generando polémicas. Definitivamente, “La última estación” es una interesante forma de analizar los mecanismos mediante los cuales un importante sector de la industria cinematográfica opera sobre la interpretación que podamos darle a ciertos acontecimientos del pasado y sus protagonistas. Nunca está de más recordar la máxima Orwelliana que explica que “quien controla el pasado, controla el futuro” (y) “quien controla el presente, controla el pasado”.