Tiradentes, patriota de la independencia
los cimientos del imperio
De haberse dedicado a trabajar la madera, hoy sería recordado como "o Carpinteiro"; pero su oficio de sacamuelas (entre los tantos que frecuentó) hizo que la historia lo nombre como "Tiradentes". Se llamó Joaquín José da Silva Xavier y nació en Minas Gerais un día como hoy, pero del año 1746. El imperio portugués lo ejecutó en 1792 por haber encabezado una rebelión de mineros.
“Tiradentes era un hombre del pueblo”, describía Darcy Ribeiro. Todo lo que aprendió fue gracias a la “experiencia, en su vida de tropero, minero, de curar enfermos, de dentista famoso y alférez. Pero, sobre todo, de conspirador”.
Sus padres fueron un propietario rural portugués, llamado Domingos da Silva Santos y la brasileña Maria Antônia da Encarnação Xavier. Tiradentes apenas había pasado los 10 años cuando murieron su madre y su padre. Fue puesto bajo la tutela de un padrino que era cirujano.
El imperio en Minas Gerais
Según un trabajo de Ivan Vellasco, el escenario político del imperio portugués entre 1780 y 1840 se desarrollaba “prácticamente al margen y por encima de la población, formada por esclavos, libertos y hombres libres pobres” (Andrade Vellasco, Ivan. Os predicados da ordem: os usos sociais da justicia nas Minas Gerais 1780-1840 Universidade Federal de Sao Joao do Rei).
Como hizo el colonialismo español en Potosí imponiendo el sistema de la mita; también en Minas Gerais, el trabajo minero era realizado bajo condiciones de esclavitud y semi esclavitud. En 1789, el gobierno colonial intentó implantar un nuevo impuesto que implicaba una tasa obligatoria de 538 arrobas de oro en impuestos atrasados (desde 1762). La ejecución de la medida fue encomendada al nuevo gobernador de Minas Gerais, Luís Antônio Furtado de Mendonça, vizconde de Barbacena.
Tiradentes
Habiendo trabajado como minero, Joaquim Da Silva Xavier se hizo técnico en reconocimiento de terrenos y en exploración de recursos mineros. En 1780 pasó a trabajar en el estado, al alistarse en el ejército de Minas Gerais. Al poco tiempo, la reina María I, lo nombró comandante de patrulla del Caminho Novo hasta Río de Janeiro, que garantizaba el transporte del oro y los diamantes de la región. Aquél trabajo le permitió conocer de cerca y desde adentro las misiones de exploración que la metrópoli emprendía en el Brasil. La evidencia de las injusticias reflejadas por las diferencias entre lo que se llevaban los portugueses y la pobreza en la que seguía viviendo el pueblo instaló en su conciencia el descontento y la rebeldía.
De regreso a Minas Gerais, emprendió la militancia por la creación de un movimiento independentista para Brasil. Logró captar a miembros del clero y algunas personas con influencia, como un ex secretario del gobierno, además de poetas, magistrados, empresarios y militares. La independencia de las colonias británicas en Norteamérica contribuyó a que el movimiento ganara apoyo ideológico.
Entre los colonos crecía el descontento, puesto que la producción de oro en la región venía disminuyendo. La implantación del nuevo gravamen fue la chispa que encendió la rebelión y unió a los sectores más populares con el movimiento de Tiradentes.
Los inconfidentes –tal el nombre que recibió el movimiento- salieron por las calles de Vila Rica vivando a la República, a lo que la población adhirió inmediatamente. Su bandera llevaba la inscripción “Libertad, aunque sea tarde”.
Al mismo tiempo de luchar en Minas, bregaron por la adhesión de otras provincias, principalmente Río de Janeiro y Bahía. Entre sus objetivos, la conspiración se proponía implantar una república parlamentaria; abolir los monopolios reales y la esclavitud. Pretendían crear industrias, primero de hierro y pólvora, después de cualquier tipo de manufactura. Luchaban por un “Brasil de y para los brasileros” (Darcy Ribeiro).
Traición y condena
La delación por parte de algunos militares portugueses impidió el salto de la conspiración a revolución. Los traidores recibieron a cambio la condonación de sus deudas con la Hacienda Real. En 1789 fue suspendido el impuesto y Barbacena ordenó la prisión de los rebeldes.
Al ser apresado y ante la imposibilidad de negar los cargos; Tiradentes reconoció: “Que era verdad que se premeditaba una sublevación y él confesaba ser quien había ideado todo, sin que ninguna otra persona lo indujese, ni le inspirase nada y que una vez proyectada la mencionada sublevación…. pensó en la independencia que podría tener este país, y comenzó a desearla y, finalmente, a organizar de qué manera podría realizarla”.
Fue un sábado. El 21 de abril de 1792, Tiradentes fue llevado en procesión por las calles de Río de Janeiro hasta el patíbulo. Lo ahorcaron y descuartizaron. Con su sangre firmaron la certificación de que se había ejecutado la sentencia de muerte y declararon infame su memoria. Su cabeza fue plantada en un poste en Vila Rica y su cuerpo, distribuido a lo largo de los lugares en los que expuso sus proclama revolucionarias: Caminho Novo, Cebolas, Varginha do Lourenço, Barbacena y Queluz, la antigua Carijós. Su casa fue destruida y todos sus descendientes deshonrados.
Su cadáver estaba lleno de mundo
Según Yupanqui, “algunos hombres se mueren para volver a nacer”, es el caso también de Tiradentes. Como Tupac Amarú una década antes, no pudo ver el fruto de su lucha; pero sus ideales prendieron en suelo firme y en el Brasil volvieron a emerger en la revolución Farroupilha que emprendieron los harapientos del sur en 1835.
Las luces que ellos encendieron iluminaron el camino de las luchas independentistas en Latinoamérica. A doscientos años de nuestra revolución, recordamos al patriota brasilero que, como Murillo, dejó encendida una tea que ya nadie puede apagar.
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