Por Martín Tactagi
Muchas son las miradas que se pueden aportar a la histórica gesta de San Martín. Nosotros, con humildad, ponemos el ojo en esa sombra que traspasa la figura del hombre, incluso la del prócer, y abarca la de todo un pueblo.
A veces pareciera que fue el único, otras el más grande y, para ser honestos, méritos no le faltaron. Pero como San Martín hubo otros, tal vez no tan inmensos pero con una característica en común. Dejar de pensar en su ombligo para pensar en los hombres que los rodean. San Martín, Belgrano, el almirante Brown, Alem, los viejos anarquistas y socialistas, el Che, el viejito Maradona que se fue a curar aborígenes al chaco, Favaloro, y tantos, tantísimos otros, que lejos de pensar en sus carreras, proyectos, y bolsillos personales, anduvieron la vida detrás de la causa común. Valen todos como ejemplo del hombre distinto que lejos de enarbolar el egoísmo escrito con sangre desde la revolución francesa hasta nuestros días, escribieron sus propias historias al servicio de Los Otros.
Esos otros somos nosotros, fuimos nosotros y seremos nosotros. Un nosotros anónimos, tantas veces ensimismados, andando el derrotero de pensar en nuestras vidas, y en cómo podemos salvarnos. No tan lejos como la revolución francesa, más bien cerca, dos décadas nomás, a comienzo de los noventa, hubo filósofos políticos que escribieron, tras el derrumbe de la URSS, sobre el fin de las ideologías. Se terminó, decían, el proyecto del socialismo (y lo decían justamente por un país que había abandonado el socialismo hacía cuarenta años) es tiempo de que cada uno piense su individualidad, de pensar en mí, no en nosotros, de hacer como rezaba la publicidad de Fido Dido, de Seven up, “hace la tuya”. Y fueron muchos lo que hicieron la suya, acá, con el menemismo, con la entrega diaria del país, muchos hicieron la suya y se volvió interesante privatizar, dejar el estado por inoperante y corrupto, aplaudiendo cada servicio entregado, cada empresa privatizada, cada tren desarmado. Es cierto que también estuvieron otros que no aplaudieron sino que protestaron, que gritaron pero que en ese tiempo fueron menos que los aplaudidores. Por eso, el aplauso pasó junto a las privatizaciones y al hacé la tuya. Pasó.
El tiempo demostró que los aplausos fueron tan equivocados como la profecía del fin de las ideologías. Se demostró diez años después, cuando aquellos primeros gritos crecieron junto al hambre, y el país entero se convulsionó. Nos convulsionamos. No el mí, sino el nosotros, o el mí unido al vos, caminando nosotros, el desocupado con el comerciante, piquete y cacerola. Nosotros. Aprendimos a fuerza de ver morir chicos de hambre, viejos de enfermedad, hombres de angustia. Algunos se fueron, la mayoría nos quedamos. Aprendimos.
Pensar en un San Martín que aprendió esto, es la mirada que proponemos. Miremos el nosotros que constituye una Nación, un pueblo, y no el nosotros que forma una isla entre los ríos de corrupción que venden el país. Porque como dijo Favaloro, la corrupción mata. Mirar hacia otro lado no nos hace inocentes, nos vuelve responsables. Pensar y nadar contra toda la corriente, es obligarnos a no ser indiferentes ante el pibe que nos pide la limosna, ni el viejo harapiento que duerme en un banco en la plaza, ni los trabajadores de Ejemplar, con frío y penas, tomando la fábrica, ni el almacenero que nos anota en la libreta y cuando tenemos plata vamos al súper, que es más variado. Nadar contra la corriente es no hacer la tuya, es hacer la nuestra. Es cierto que hay cosas que nos sobrepasan, que le corresponden al gobierno, pero en un país con gente pobre y presidentes millonarios, 65 millones del matrimonio K (para ser precisos), sepamos de dónde no van a venir las soluciones.
Por eso, este 17 de agosto, el ejemplo de San Martín, el de nuestros mártires que dejaron el pellejo peleando contra la dictadura por un país mejor, peleando en las Malvinas por un país soberano, nadando contra la corriente en los noventa, por todos ellos, pensemos que otra país puede ser distinto. Nosotros.
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