martes, 20 de julio de 2010

El hombre posible

Motivo: “La decisión”


El hombre posible

José Luis “El negro” Arévalo: un escriba urbano


Hay un momento en la vida de un hombre en el que debe elegir un camino del que tal vez nunca regrese. Esa decisión, ese momento fundacional de su historia lo definirá. Acaso, como el ángel de Klee, sólo podrá girar su rostro para ver con asombro, estupor, resignación o espanto, los escombros de su pasado. Sobre esas ruinas habrá de edificar su presente y su futuro.

En esto pienso mientras camino por las calles de una ciudad que se deja azotar por este viento helado que como una horda de bárbaros invade sin resistencia las pocas almas que vagan por ella. Entre todas veo una. Rostro apesadumbrado, con una preocupación que lo excede, que lo va empujando desde el fondo de una angustia perenne; el temor aflorando en sus rasgos de hombre antiguo que debe tomar una decisión. Pero he visto ese rostro antes, lo he visto claramente en otro lugar y desde esa mirada angustiante reconozco que esa comarca es Lisboa. Veo, en ese temor, el miedo a un nombre que asola la esperanza de un país libre. Portugal ya no es Portugal, sino el “Estado Novo” y Salazar es el nombre de ese miedo.
Tal vez el rostro que observo en este día helado no sea como el de Pereira; aquel periodista portugués que envejecido por la temprana muerte de su esposa en un país azotado por una dictadura, se dirime entre la monotonía y la desdicha. Pero hay algo en él que me lo recuerda. Seguramente les han pasado cosas diferentes, pero el dolor y la presión de tomar una decisión tal vez se parezcan.
Es probable que mientras Pereira escribe para un periódico católico cercano al régimen de Salazar en un Portugal de los años 40, y que por razones que ignora ha decidido ayudar a un militante de la república y a su novia por un país libre; nuestro hombre se debata en cuestiones más cotidianas y menos nobles. No lo sabemos, solo sabemos que Pereira siente que de esa constelación de almas que habita en su interior, surgirá una, la vencedora, la que dejará atrás a todos los hombres que pudo ser y no fue, y que esa que ha triunfado tendrá como bandera la dignidad y valor de enfrentarse a un sistema por lo que cree justo. Es probable también que nuestro hombre ignore que la lucha de Pereira y Monteiro Rossi (su ayudante) ha sido la lucha de tantos otros en ese Estado Novo portugués; es perfectamente posible que desconozca que la vida de un periodista cultural obligado a escribir efemérides desprovistas de todo compromiso político, puede cambiar en el final de su carrera porque algo dentro suyo lo obliga a tomar un camino y que ese camino ya no tiene retorno; seguramente no sabrá -porque no ha leído “Sostiene Pereira” de Antonio Tabucchi- que su decisión, aún diferente de la del personaje de esta novela, tiene en su definición la misma grandeza, la misma extraordinaria valentía, y que solamente por ese instante sublime vale la pena haber vivido… quizás no sepa todo eso… pero aún así, su rostro me recuerda esta novela y la necesidad volver a ella cada vez que las calles de la ciudad me traen historias de hombres solos…

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