sábado, 5 de junio de 2010

La fiesta

Lo que dejó el “Bicentenario”


La fiesta
Por Ignacio González Lowy


Es difícil elucubrar tan pronto qué quedó de las jornadas de festejo y conmemoración de la Revolución de Mayo. A contrapelo de lo que tantos periodistas, académicos, intelectuales y funcionarios políticos repiten hasta cuando nadie se los pregunta, acerca de la apatía de la gente; una innumerable cantidad de compatriotas se volcó a las calles y a las plazas para ser parte de. ¿De qué? Eso es lo que está en discusión.

Por un lado tenemos a los medios y periodistas “K” adictos, que son muchos más que los que el gobierno reconoce, en su papel de víctima ante el ataque de los grupos mediáticos que hace cinco años benefició como nadie había beneficiado desde Menem y antes Videla a esta parte. Su lectura es lineal, simplista, mecanicista: “si tantos festejan es que tan mal no estamos”; “¿no era que la gente estaba enojada?”; “el gobierno volvió a ganar terreno e iniciativa, salió a la calle y resultó ileso”.

Como era de esperar, desde la vereda de enfrente (en términos de grandes medios masivos de “comunicación”), la estupidez domina los análisis y las críticas, que parecen escritas por algún infiltrado del kirchnerismo: que el festejo fue un “despilfarro” de dinero (como si fuese posible festejar estos 200 años con un presupuesto similar al que el gobierno suele destinar a la cultura), que estuvo “politizado” (como si fuese posible despolitizar una conmemoración de este tipo) y otras nimiedades por el estilo. Encima, elempresario De Narváez sale a decir que las fiestas populares no le gustan (¿hacía falta que lo aclare?) y el empresario Macri le regala a Ricardo Fort y a Jorge Rial la platea del Colón en su reinauguración, mientras declara añorar la Argentina del Centenario (la del estado de sitio, la ley de residencia y la oligarquía que hablaba en francés mientras reprimía en criollo). ¿Hacía falta que lo aclare?

En fin, como también viene pasando desde hace tiempo, las valoraciones más ricas se escuchan en las calles y en el colectivo, en la verdulería y en el trabajo; y no hay “mass media” que las recoja. La gente, el pueblo, los argentinos, volvimos a poner en escena ese fervor patriótico, latinoamericanista y federalista que tantos escribas del poder dicen haber visto morir en alguna batalla de fines del milenio que se fue. El que crea que los miles de argentinos que vivaron a la delegación militar de la Rep. Bolivariana de Venezuela y a Evo Morales, que estallaron al grito de “el que no salta es un inglés” y aplaudieron a rabiar a los excombatientes de Malvinas, que chiflaron e insultaron el turno de la dictadura en la presentación de Fuerza Bruta; quien nos quiera convencer de que esos miles lo hicieron porque consideran que en Argentina hay un gobierno nacional y popular que defender, nos subestima, a todos.

Pasarán los días y quedará de todo esto el sentimiento nacional que a tantos pero tantos les fluye por la sangre cada vez que se habla de Malvinas, cada vez que jugamos el mundial, cada vez que festejamos la patria. Los festejos en Capital Federal fueron espectaculares, impresionantes, emocionantes para millones de argentinos que pudieron estar allí. Pero guarda: que los K elijan como símbolo del bicentenario (abrió y cerró en la 9 de Julio, y pasó en el medio por River) al Fito Páez que ya sólo sabe cantarle a su ombligo, y al reviente y al estar “al costado del camino, que es más entretenido y más barato”; dice mucho acerca de cómo, nuevamente, nos subestiman.

Así como el obrero que a duras penas llega a fin de mes necesita tirar la casa por la ven-tana para festejar los 15 de su hija y hasta los años más dolorosos nos encuentran haciendo malabares para poner una buena mesa el 24 y el 31 de diciembre; la necesidad de festejar tiene también que ver con la crisis que vivimos desde hace años y no puede ser leída, de un modo casi infantil, como consecuencia de que “estamos bien”. Es más: en el país que hace mucho menos de 200 años se hartó y se cargó a De la Rúa y su tropa, nadie se come los mocos. Todos sabemos que, cuando la fiesta pasa y las aguas bajan, como canta Serrat, vuelve el rico a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza; y el miércoles 26 de mayo las maestras rurales tuvieron que salir de nuevo a la ruta a hacer dedo para llegar a la escuela y los pibes tuvieron que, de nuevo, comer en el comedor de esa misma escuela.

La Plaza de Mayo llena del 2 de abril de 1982 no celebró la dictadura. La 9 de Julio llena del 25 de mayo pasado no celebró “esta” democracia. De cómo se equivoquen los Kirchner o no en su lectura, va a depender mucho de lo que falta escribir de esta historia.

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