jueves, 12 de agosto de 2010

Al que no grita, lo cubre la tierra

Lo que deja el cierre del frigorífico

Al que no grita, lo cubre la tierra

Por Martín Tactagi

Río bravo estuvo en San José y habló con uno de los trabajadores del frigorífico Swift que el pasado 23 de julio dejó de operar por tiempo indeterminado. En un relato breve, la voz de un hombre más entre muchos, va desgreñando sus pareceres y sus penas sobre un futuro cubierto por el polvo de una ciudad, que por razones del destino, ignora prácticamente el asfalto.

Llegamos a San José tras andar varios kilómetros por una ruta en ampliación que se encuentra temporalmente reducida, en una mañana gélida como no se ha visto en años. El pueblo es más bien chico, silencioso, con calles de tierra en multitud. Las puertas del frigorífico San José apenas guardan la sombra de un vigilante; por lo demás, la quietud y el polvo que suele cubrir los lugares abandonados. Fuimos en busca de un hombre que trabajó en la planta hasta que ésta dejó de producir (ver “Faena de hombres”). Anduvimos por calles de tierra que se extienden a través de campos quebrados por zanjones y arboledas, hasta desembocar en un barrio lejano y poblado por pequeñas casas desparejas, que la fuerza de sus propietarios supo levantar desde los cimientos. Es media mañana de sábado con un sol distante, opacado por las nubes. No se ve gente en la calle. Golpeamos las manos a falta de timbre en la casa de Ramón y un perro menudo de pelo apolillado nos salió al encuentro exhibiendo los dientes. Detrás salió una señora mayor, delantal raído y pelo blanco anudado. Un chistido bastó para tranquilizar al perro.
- ¿Sí?
- Buen día, estamos buscando a Ramón.
- No tá…
- ¿Sabe dónde podemos encontrarlo?
La señora dudó unos segundos, el perro nos volvió a mostrar los dientes y la señora lo pateó en las costillas, por lo cual el animal se metió en la casa. Acto seguido llamó a un chico que estaba adentro.
- Juancito…
- ¿Ah?
- Llevá los señores a lo del tío…
El chico se subió al auto sin protestar y nos guió en una nueva expedición por calles de tierra y montes hasta el galpón donde Ramón estaba trabajando de albañil. Juancito se internó en el galpón y salió caminando con su tío.
- ¿Ramón?
- Sí.
- Somos de Río Bravo, nos contactó Daniel, ¿le avisó?
- Sí, me dijo… ¿ustedes quieren saber algo de adentro?
Ramón, cuchara en mano, nos miraba de reojo. La cara manchada con restos de revoque, los pelos revueltos, negros y una camisa de fajina arremangada hasta los codos.
- Queremos saber si van a tomar alguna medida para recuperar el trabajo.
- Trabajo tengo –dijo señalando con la cuchara el galpón-, pero no sé para cuánto… ya se veía venir esto.
- ¿Qué?
- El cierre, o como sea que le llaman estos…hace meses que te llaman por tres días y te largan. Ahora nos largaron nomá…
- ¿Tienen pensado hacer algo?
- ¿Qué se puede hacer? Fuimos a Buenos Aires, hablamos con el gobernador, el intendente. La empresa ya nos dijo que no tiene nada que ver con nosotros…nada. Ahora depende de la Nación que nos manden la guita. Ya nos deben algunos meses, perdé cuidado que te la van a mandar.
- ¿Y el sindicato?
Ramón pareció rezongar para adentro, tragando bronca. Alguien se asomó desde el portón del galpón y Ramón le hizo seña de que esperase.
- ¿Prefiere que volvamos después?
- Es mi cuñado nomá…los del sindicato, cómo decirlo –dudó buscando las palabras-, son unos corruptos o unos hijos de puta. Vez pasada hicieron la comida por el día del trabajador ¿Quiénes estaban en la cena? Los capataces, mirá si vas a poder hablar tranquilo teniendo los jefes enfrente…y para colmo, ¿quiénes se ganaron los premios sorteados? ¡Ellos mismos! La comisión.
- ¿La comisión directiva?
- Todos. Ya les dijimos que no hagan más cenas porque no vamos a ir, pero nos prometieron que ellos no participan más de los sorteos para que sea más claro…tonces, ¿en qué quedamos? Nos dicen que no van a robar más, que volvamos. Es una joda…
- ¿Y el gobierno? ¿Cuál es la garantía horaria?
- Son doscientas horas a doce pesos la hora; dos mil cuatrocientos pesos… ¿ustedes creen que lo vamo a cobrar?
- ¿Y ustedes?
- No sé, les repito, todavía nos deben dos meses. El día que cerraron la planta el gerente nos llamó a todos y nos dijo que a partir de agosto íbamos a cobrar esa plata de la nación; todos contentos. El Ramón levantó la manito y preguntó, ¿y junio y julio? ¿Cuándo nos pagan eso? Todos empezaron a protestar, los del sindicato que estaban al lado mío, me querían comer. Si ellos saben cómo son las cosas, me vas a decir que no leen antes de acordar; ¡o corruptos o pelotudos!
- ¿Y si no les pagan?
- Algún quilombo se arma…igual la empresa quiere que renunciemos, no todos, algunos nomás, los bocones. A mí ya me dijeron tres veces que renuncie, que ellos me pagan lo mismo que un despido, como ellos no pueden despedir por un decreto, quieren que el Ramón renuncie, porque el Ramón es bruto pero no es pelotudo ni callado; yo digo mi verdad. Yo conozco mis derechos.
- ¿Es duro afuera de la planta?
- Uno hace changas, pero no es la cuestión, no todos pueden. Además, si esa plata se cobra, igual no alcanza. Uno que trabajaba en corral matando ganaba tres mil y se podía hacer extras, en la cinta otro tanto…hay compañeros con cinco hijos, ¿cómo van a hacer? ¿Y si no cobran? Además ¿cuántos pueden conseguir changas? Yo porque tengo a mi cuñado que me ayuda. Algunos pibes renunciaron y con esa guita se compraron un autito, le pusieron parlantes ¿y después qué?, ¿te vas a comer el autito? Esto ya lo vivimos en los noventa, renuncias y no conseguís más trabajo. No hay que dejarse engañar, tenemos que ser más vivos que ellos…

Desde el portón volvió a asomarse el cuñado, impaciente, por lo cual Ramón nos saludó y volvió al trabajo de pegar revoque. La brisa fría no cesaba, corría por la calle levantando apenas el polvo y moviendo los yuyos del campo de enfrente. Juancito estaba tirando piedras en un montecito a unos cien metros. Lo llamamos y desandamos el camino hasta su casa. Después cruzamos la ciudad hasta la ruta pero antes pasamos por la puerta del frigorífico. El mismo guardia, refugiado en una cabina minúscula del frío, cuidando que el polvo cubriera la playa de ingreso como un manto de abandono. Un manto áspero, volátil, que exhibe más el abandono de los hombres que el de la fábrica. Ese abandono cuida el guardia en su minúscula cabina, refugiado del frío.

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