Elvio Romero, del Paraguay
Yo vendré cantando con Elvio Romero
Una polka nueva y un verso tanguez
Y diré en el mundo que América espera
Con la frente altiva de un yaguareté
(Jorge Marziali – Historia de burros)
Por que sí, nomás. Porque ayer escuchamos una canción que lo nombra, nos ponemos a recordar a Elvio Romero, poeta paraguayo exiliado en Argentina desde 1947. Nacido en Yegros, en 1926; amigo de Neruda, Nicolás Guillén y González Tuñón, fue autor de obras como Días roturados (1948), El sol bajo las raíces (1956), De cara al corazón (1961), Libro de la migración (Yby-Ñomimbyré) (1966), Destierro y atardecer (1975), Los valles imaginarios (1984), Flechas en un arco tendido (1994), entre otros. Falleció en Buenos Aires en mayo de 2004.
“Detienen al dirigente Elvio Romero para amedrentar al movimiento campesino en San Pedro”, denunciaba un diario paraguayo en un octubre de hace dos años. Por un segundo me alegré al pensar que, por lo tanto, Elvio Romero no se había muerto. Después me di cuenta que el de la noticia era un tocayo, concejal sanpedrino. Pero volví a alegrarme, porque supe que hay más Elvios Romeros comprometidos con los sin tierra de su tierra.
El padre de Elvio Romero había sido calesitero y tallador de santos. Quizás pensaba en él, cuando escribió su poesía El Santero, dedicada a un tallista apodado Lecú: “Cuando está airado, talla entre avatares, / y cuando alegre, hasta el taller se alegra, / se le envuelve la sangre en noche negra / si se le llena el alma de pesares”. Su pasión de caminante, “de flecha / en un arco tendido”, lo llevó a abandonar la escuela y meterse a carretero. Aquél andar caminos rojizos entre piedras, montes y pajonales, lo habrá puesto hombro a hombro con el campesino paraguayo.
De firmes convicciones democráticas y agraristas, sus versos supieron hablar del hombre de machete y arado. En la escritura y la vida se mantuvo unido a “los más desamparados de la tierra; / calabazas vacías sin ecos ni semillas, / sustraídas de una fuerza brillante, / los golpeados, los tristes, los caídos”. Dijo la escritora Josefina Plá que en la poesía de Elvio Romero se escucha “la voz de un pueblo reclamando su lugar en el coro de la libertad". El golpe de Morínigo en 1947, que abrió luego la puerta a la dictadura stroessnerista, lo empujó al exilio con 21 años.
Su primer destino de exiliado fue nuestra provincia del Chaco. Allí cobijó a compatriotas desterrados como los hermanos Larramendia, José Asunción Flores, Herminio Giménez, entre otros. Luego recaló en Buenos Aires, donde fue recibido por Rafael Alberti, quien prologó su primer libro Días roturados, subtitulado como Poemas de la guerra civil.
En una entrevista hecha en Paraguay, luego de la caída de Stroessner, Romero explicaba sobre el espíritu del hombre paraguayo. Mencionaba una frase en guaraní a la que traducía como “ya estoy desasosegado”. Decía que esa es la representación del paraguayo, un hombre que siempre se está yendo. Lejos de cualquier cosmogonía metafísica, justificaba ese desasosiego en las condiciones miserables de vida del guaraní humilde, despojado de la tierra y de las herramientas.
Los innombrables se llamó un poemario suyo de 1970. Allí, utilizando un “nosotros” se identificaba con “los desechados de las glebas, / los que apenas tenían nombre, / los de vivir en pobres tierras, / los de llevar señal amarga / de castigo por las ojeras, / los de plantar en suelo extraño, / los de vestir ropas ajenas, / los que estaban como de paso / medio sangrando entre las piedras”. Incluido entre los innombrables, Elvio Romero, caminante inquieto contra la vida quieta, celebraba a gritos haber comprendido “que rebelándonos abriríamos / las compuertas cerradas, el telón de los anocheceres hoscos y dolorosos, / que podíamos realizar el amor, / la pura valentía, / el canto, / la sonrisa, / y la fecundación de las aguas”.
“Hijo de la intemperie”, Elvio Romero, “mientras que penando / sin luz va el enemigo, / la Libertad contigo / regresará cantando”.
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