Junio de 1956
General Juan José Valle
“La Patria es un amor en el umbral,
un pimpollo terrible y un miedo que nos busca:
no dormirán los ojos que la miren,
no dormirán ya el sueño pesado de los bueyes”.
(Marechal)
“…llamamos a la lucha a todos los argentinos que (…) quieren y defienden lo que no puede dejar de querer y defender un argentino: la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria, en una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. ¡VIVA LA PATRIA!", decía la proclama redactada por los generales Juan José Valle, Raúl Tanco y el escritor Leopoldo Marechal para ser difundida el 9 de junio de 1956.
La noche del 9 de junio
Aquel 9 de junio a la noche, en el departamento del fondo de la casa de don Horacio di Chiano, partido de la Florida, un grupo de hombres reunidos alrededor de un enorme receptor a válvulas esperaba escuchar, algunos la pelea de Eduardo Lausse y otros, la lectura de aquella proclama revolucionaria del Movimiento de Recuperación Nacional. Pocos minutos después del nocaut ocurrido en el tercer round, oyen pasos apresurados en el frente, golpes de culata en la puerta, voces que gritan “¡Policía!”, una patada que derriba una puerta y alguien que exige a gritos: “¿dónde está Tanco?”. La mayoría de aquellos hombres no conocía a Tanco; algunos, ni siquiera de nombre.
Poco antes, en Avellaneda, varios civiles comandados por el coronel Irigoyen y el mayor Costales habían intentado instalar en la Escuela Industrial de calle Paláa un transmisor para irradiar la proclama. El intento fue abortado por decenas de policías que irrumpieron y los llevaron detenidos.
Ambos grupos recibieron el mismo trato: interrogatorios, torturas y fusilamiento. Los del comando de Avellaneda, incluido Mauriño, un muchachito de 14 años, fueron fusilados en la Unidad Regional de Lanús. Los de la Florida, en un basural de José León Suárez, bajo el frío de la madrugada y por la espalda.
Restauración oligárquica - imperialista
El golpe de 1955, vino a derribar ladrillo por ladrillo la medidas nacionales y populares que el pueblo había conquistado durante el gobierno de Perón, fruto de décadas de lucha. Abolieron la Constitución del 49, “con el evidente propósito inconfesable de abolir disposiciones como las del artículo 40 que impiden la entrega al capitalismo internacional de los servicios públicos y las riquezas naturales” (proclama de Valle). La “Fusiladora” de Lonardi, Rojas y Aramburu, acentuó la dependencia del país, al anudar lazos con el FMI y el Banco Mundial. Favorecieron la concentración y centralización del capital en la industria, el comercio y las finanzas. Eliminaron las restricciones al latifundio. Profundizaron la explotación y opresión de los trabajadores y el pueblo. Restauraron relaciones atrasadas de producción en el campo. Perjudicaron a amplios sectores de la burguesía nacional.
Aquellos hombres del Movimiento de Recuperación Nacional, conjurados en 1956, estaban ejerciendo el deber patriótico de resistirse a la tiranía.
El levantamiento
“En junio de 1956, el peronismo derrocado nueve meses antes realizó su primera tentativa seria de retomar el poder mediante un estallido de base militar con algún apoyo civil activo”, escribió Rodolfo Walsh. El levantamiento debía estallar a las 11 de la noche en varios lugares del país, entre los cuales, Campo de Mayo y Avellaneda serían dos puntos clave. La lectura radial era la señal esperada para que los grupos organizados en el conurbano bonaerense y la capital iniciaran las tareas revolucionarias.
En Campo de Mayo, hombres del ejército comandados por los oficiales Berazay, Cortínez e Ibazeta, secundados por varios suboficiales, ingresaron a la guarnición. Pero el movimiento estaba infiltrado por los servicios de la dictadura – Valle lo comprendió casi enseguida, como denunció en su carta a Aramburu – y Berazay defeccionó inmediatamente al ingreso y pasó a servir a la represión de sus compañeros. Los oficiales recibieron juicio sumarísimo y fueron condenados a la cárcel; pero desde Casa Rosada se ordenó el fusilamiento. La orden fue cumplida a la madrugada del lunes 11 en los patios de Campo de Mayo.
En La Plata, los revolucionarios comandados por el teniente coronel Cogorno tomaron el Regimiento 7 de Infantería. Aislados, fueron derrotados horas después y allí mismo fusilados, Cogorno y Abadie.
Hubieron otros focos de levantamiento en la Escuela del Ejército de Constitución y en el Regimiento 1 de Patricios que se encuentra en Palermo. La respuesta de la dictadura fue la misma: represión y fusilamiento; a los primeros, en el patio de la misma escuela y a los patricios, en la Penitenciaría Nacional.
Fue en La Pampa
La proclama fue difundida por los micrófonos de Radio nacional La Pampa. Allí, dirigida y organizada por un soldado del pueblo, el teniente coronel Adolfo Philippeaux, la revolución triunfó sobre la base de la movilización y el armamento del pueblo. Fue organizada una fuerza clandestina con base entre los obreros rurales y los sectores humildes de la población. Con la toma del cuartel y de la policía se permitió un amplio reparto de armas.
Así, la rebelión pudo imponerse, deponiendo al gobernador de la dictadura y reinstalando al gobernador democrático que había sido derrocado por el golpe del 55. Además, fue restaurado el Superior Tribunal de Justicia que la Legislatura había elegido y volvieron a sus funciones los intendentes, concejales y legisladores provinciales elegidos por el voto democrático.
Fue la primera vez en la historia moderna argentina en que un levantamiento militar estuvo dirigido a reponer las autoridades legítimas y no a deponerlas. En la Pampa, con hombres como Philippeaux, Aquiles Regazzoli, el dirigente de FATRE-UATRE, Oscar Mussio y la confianza en la acción del pueblo y los trabajadores, el objetivo se cumplió íntegramente.
“En el único lugar en donde la revolución triunfó fue en La Pampa, en el resto del país fue un fracaso. En realidad, creo que ese fracaso se debió a que en los demás lugares no confiaron en el pueblo. El acierto que tuve para poder cumplir con éxito la sublevación –aparte de haber conspirado para ello– fue trabajar con mucho cuidado con los grupos de inteligencia. Mi idea era armar al pueblo peronista. No se puede hacer una revolución sin armas…”, explicaba Philippeaux.
Juan José Valle
"Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Nosotros defendemos al Pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría…”, escribió en una carta a sus ejecutores el General Juan José Valle. Pocas horas antes, prófugo, derrotado y perseguido por los fusiladores, se presentó ante el asombro de los concurrentes en el velatorio de un camarada fusilado el día anterior. Valle, fiel a los que le fueron fieles, quiso estar con los suyos hasta después del fin.
La dictadura anunció públicamente que suspendería los fusilamientos si el general revolucionario se entregaba. Para evitar la prolongación de la matanza, Valle se entregó. Esa misma noche lo trasladaron a la Penitenciaría donde fue fusilado. Como los otros 26, fusilado por ser fiel a su pueblo y su patria, porque su ética y compromiso le impedían avalar la entrega.
Su figura y la de sus compañeros, “crecerá justicieramente en la memoria del pueblo, junto a la convicción de que el triunfo de su movimiento hubiera ahorrado al país la vergonzosa etapa que le siguió” – decía Rodolfo Walsh en Operación Masacre.
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